Sin duda y por mucho Oaxaca me parece uno de los destinos del país más bonitos que uno puede visitar.
Su gente, su cultura y por supuesto su maravillosa comida, esa que te despierta cada uno de los sentidos y que te dejan más enamorado de la cultura oaxaqueña en cada bocado.
A lo largo de mi vida he podido recorrer diversos puntos del país, principalmente del suroeste y centro en interminables viajes en carretera acompañada siempre de grandes grupos de familiares y amigos.
Fue así, en uno de los tantos viajes, que llegamos a Puerto Escondido, Oaxaca un destino mágico que al momento de escribir estas líneas me mueve aún sentimientos de nostalgia y emoción.
Recorriendo las diversas playas llegamos una noche del 31 de diciembre a Roca Blanca, lugar en el que mis ojos pudieron ver uno de los espectáculos naturales más bellos: la bioluminiscencia, que científicamente hablando es el proceso a través del cual, los organismos vivos producen luz resultado de una reacción bioquímica en la que comúnmente interviene una enzima llamada luciferasa, nada atractivo si se lee de esa manera, pero sin duda uno de los fenómenos naturales más impresionantes que se pueden observar en México.
Nos aventuramos a recibir el Año Nuevo en dicha playa, al llegar pensamos que para nuestra “mala suerte” no llevábamos linternas y las luces de los celulares no eran tan potentes para el gran grupo de personas que íbamos dispuestas a recibir el año.
Para nuestra sorpresa, no fue necesario en ningún momento de la noche contar con algún tipo de iluminación artificial, gracias a la luz que emanaba la propia playa. No hay fotografía que le haga justicia a la sensación de ver la playa totalmente iluminada de azul, un azul intenso de ciento de hadas, junto con la iluminación de la luna y su reflejo del mar, el golpeteo de las olas y la ilusión de que el año por venir sería mejor al anterior.
Fue en esa noche de Año Nuevo de la primera década de los 2000 cuando mis ojos se percataron de lo más bello que han visto hasta el momento, dejando para siempre un pedazo de mi corazón en Roca Blanca y en su iluminada playa.
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Cada 31 de diciembre viene a mi mente esa noche, deseando entre las campanadas y las uvas que de nuevo la vida me lleve a Oaxaca, deseando también que el color de mi alma sea tan azul como el de la bioluminiscencia.