Por segunda ocasión, asistí a una ceremonia de Niños Santos, esta medicina sagrada que tanto me ha ayudado y que nunca me cansaré de compartir.
Antes de contarte sobre esta experiencia, debo recordarte que cada viaje es único e irrepetible. Lo que yo viví, nadie lo vivirá; incluso el día que regrese a una ceremonia, no será igual. La medicina te muestra lo que necesites justo en ese momento de tu vida.
Como ya he descrito antes, para mí un viaje es como ver una serie en desorden: empiezas en el episodio 70, luego te pasas al 5, después al 19, etc., para al final intentar armar el rompecabezas y darle un sentido. Por lo que yo te compartiré únicamente lo que ya tengo digerido, sin ningún orden.
Espero que estos mensajes puedan ayudarte y lleguen a quien tengan que llegar.
Necesitaba Salir de Zombieland
Llevaba ya un año sintiendo el llamado de los Niños Santos, pero por distintas situaciones seguía posponiéndolo, hasta que llegó el día. La principal razón por la que decidí asistir a esta ceremonia fue porque sentía que necesitaba una guía. Tenía meses sintiéndome en piloto automático por la vida, sin motivación, sin ganas, solo existiendo… Era un zombie.
Durante ese lapso llegué a cuestionarme muchas cosas, entre ellas, la vida misma. “¿Cuál es el punto si siempre hay algo que hacer? Siempre hay un reto: estudiar, conseguir trabajo, ahora la casa, formar una familia, que si el carro, ahora los hijos, luego lo otro… nunca se detiene, hasta que termina con la muerte”, “¿Cuál es mi propósito?”, “¿A qué venimos al mundo?” Y bla, bla, bla, era una constante sin parar.
Incluso llegué a pensar en el “desvivimiento” muchas veces, no para cometerlo (honestamente no me atrevería), pero sí para llegar al punto de entenderlo, de respetar la decisión de alguien que lo haya hecho. Y ese razonamiento me asustaba.
Justo horas antes de asistir a la ceremonia, nos tocó ver un operativo para evitar que un hombre se lanzara de una torre de la CFE. Eso no se ve todos los días. ¿Qué casualidad, no? Tenía el tema muy presente. Y así es la magia de la medicina. Te manda señales por todos lados.
Mi Renacimiento
Comenzaré con lo que para mí fue el highlight de la noche, literal la guía que necesitaba de los Niños Santos. En algún punto de la noche, mientras estaba bajo mis sábanas, el viaje me transportó a unas aguas tan profundas que se veían negras. Ahí estaba yo, flotando en la oscuridad, cuando de repente mi segunda voz dijo: “Acepto a la muerte”…
Inmediatamente le respondí: “No, no he venido hasta aquí para que me digas esto, no, no, ¡no! ¡Me rehúso! ¡Quiero vivir! ¡Quiero vivir!”
Comencé a arrastrarme hasta que salí. Saqué mi cabeza de las sábanas como quien sale del agua para tomar una gran bocanada de aire. En ese momento sentí como si hubiera vuelto a nacer, como si ese acto fuera el equivalente a salir del vientre.
Ahora, horas después, podría describirlo más como un revivir, como si hubiera recibido un electroshock y me trajeran de vuelta. Bajo la luna, mientras apreciaba la naturaleza, volví a amar la vida.
Platica con la Muerte
Más tarde, mientras admiraba el fuego de mi vela, la segunda voz me dijo que alguien quería hablar conmigo. Intuitivamente supe que era la muerte. Que nos veríamos.
Si bien no recuerdo al 100% la conversación, me quedé con dos mensajes clave:
1. Todos los días elegimos vivir, vivir es una elección.
2. La muerte es una aliada para la vida. Ella está ahí para recordarnos que tenemos que vivir, y no solo vivir, disfrutar la vida, porque nos puede llevar en cualquier momento.
Y ahí fue cuando hice clic. Mi “Acepto a la muerte” no fue un “Sí, ya llévame”, es un “Te acepto como lo que eres, una parte fundamental de la vida”.
Fuego Transmutador
El fuego es primordial para la ceremonia. No solo teníamos la fogata en el centro del círculo, sino también un camino de veladoras que marcaban la dirección hacia el baño, mismas que podía ver desde mi lugar.
En algún punto, cuando miré hacia allá, pude percibir cómo el tintineo de las velas se convertía en algo hermoso. Eran como pequeños portales con geometría sagrada en miles de colores, donde el dorado predominaba. Tan bello que me parece indescriptible. Con ganas de sumergirme en ellos.
En muchas ocasiones, dirigí mi mirada hacia estos portales, no quería dejar de verlos. En una de esas, me cuestioné sobre sus formas. En cada parpadeo eran distintos, hasta vi el árbol de la vida, casi como si se tratara de un caleidoscopio.
Escuchando los llantos del grupo fue cuando dije: “Claro, el fuego está transmutando la energía, por eso los cambios”.
De hecho, llegué a ver “telarañas” con estas figuras, geometría sagrada en todos lados: en los árboles e incluso en el cielo, como si se tratara de una especie de domo cubriéndonos.
Curiosamente, a la mañana siguiente, ya compartiendo experiencias con otros compañeros, resultó que no fui el único que vio estas formas en el cielo. Esto demuestra una vez más lo increíbles que son los Niños Santos y su conexión con lo sagrado.
El Equilibrio Perfecto
Hubo solo un momento de la noche en el que sufrí. En esa parte del viaje comencé a llorar como loco. No era un llanto cualquiera, era de esos que pesan, que duelen, lo sentía en el pecho y la espalda.
“¿Por qué duele tanto?”, “¿Cómo traía todo este dolor y ni siquiera sabía?” Me pregunté.
Al volver de una ida al baño y ver a mis compañeros llorar, me volví a cuestionar: “¿Por qué tanto dolor? ¿Por qué tanto sufrimiento?”
En contraste, más tarde, en un punto del viaje donde solo podía agradecer por la vida y la belleza de la creación, mientras admiraba los árboles sobre mí, el inmenso cielo estrellado, las nubes y la luna, me cayó el veinte sobre el equilibrio perfecto que existe en el universo.
Me quedé contemplando mi alrededor. Frente a mí estaba una muestra de la vida, belleza y caos, todo al mismo tiempo: risas y llanto, sufrimiento y felicidad, blanco y negro, balance. No hay que entender nada, todo es perfecto tal y como es.
Reconectando con lo Simple
Algo que me encanta de las ceremonias, en este caso de los Niños Santos, es la fluidez de todo. El cuerpo se mueve y acomoda sin pensar. En una de esas, mientras intentaba abrir mi mochila buscando unas nueces ilegales (no se debe comer en las ceremonias) que traía para el desayuno, me quedé embobado viendo la vela de mi cabecera mientras un insecto alado (creo que era una avispa) giraba a su alrededor.
Saqué mis nueces y fui comiendo una a una, con toda la calma del mundo, mordida por mordida, sintiendo su textura en mi boca, escuchando su crujido, y saboreando lentamente. Y me dije: “Yo puedo hacer esto diario, puedo disfrutar mi comida con todos mis sentidos”. Todo mientras veía al insecto danzar.
Algo tan simple me mantuvo entretenido por un buen tiempo. Yo me preguntaba: “¿Por qué haces eso?”, y la avispa solo giraba y giraba alrededor de la vela, sin parar. A lo que la segunda voz me respondió: “No hay que entender nada” y confirmé, no hay que entender nada, solo disfrutar.
Mis Amigas, Mis Maestras; Karina
A esta ceremonia de Niños Santos asistí con dos amigas. Aunque me senté separado de ellas para no interferir en nuestros procesos, el viaje nos conectó…
Al principio no podía conectar con la medicina, así que me quedé viendo la fogata. En una de esas, Karina quedó sentada justo frente a mí, a un fuego de distancia, y ahí, por primera vez, entre las llamas y el humo, pude verla como una niña, tan vulnerable y sensible.
Unas lágrimas de arrepentimiento por no haber sido más empático con ella en otras ocasiones salieron de mí, y le pedí perdón por juzgarla, por hacer comentarios como: “No eres una niña, ya estás peluda” cuando se comportaba como niña.
Fue ahí cuando entendí que, aunque todos seamos adultos, todos tenemos un niño herido dentro que busca sanar. Necesitamos ser empáticos y respetuosos con todos, porque uno nunca sabe lo que hay detrás, y no necesitamos saberlo para poder ser compasivos con el prójimo.
Mis Amigas, Mis Maestras; Mariela
Casi al finalizar la ceremonia, se hizo una limpia para los hombres y otra para las mujeres. Cuando fue la de los hombres, ni los pelé, yo seguí acostado y en lo mío. Por azares del destino, terminé con las mujeres. Y claro, no fue casualidad.
Mariela estuvo junto a mí. Después de todo el ritual, teníamos que lanzar unas semillas como ofrenda al fuego. En ese punto, Mariela decía que no podía sostener las semillas. Frustrada y enojada gritaba: “¡¿Por qué no puedo agarrar unas p*tas semillas?!”
Yo solo escuchaba, observaba y pensaba: “Estás tan enfocada en lanzar las semillas al fuego porque alguien te lo dijo, que no logras ver que ya hasta las enterraste ¡Y eso también está bien!” – “Y si no puedes ahorita, puedes intentarlo más tarde. Hay más semillas en la bolsa, yo puedo compartirte de mis semillas, hay opciones…”.
Inmediatamente aterricé lo que estaba viendo. Sé que necesitaba verlo desde afuera para poder entender el mensaje, porque en otra ocasión, yo pude haber sido la persona llorando por las semillas.
Como alguien que suele compararse mucho, a veces nos obsesionamos con lograr algo que nos dictan, sin darnos cuenta o sin darle valor a lo que ya hemos logrado. Por ejemplo, la sociedad nos puede decir que a tal edad ya deberías tener “X” o “Y” realizados, y nos sentimos frustrados por no conseguirlo, hasta atrasados, como si hubiera una agenda, cuando en realidad ya lograste “A”, “B” y “C”. ¡No hay que demeritarlo!
Te Perdono
Justo ese día hice corajes. Fui al cerrajero, ya que un mes atrás sacamos dos copias de llave que salieron mal. Mi roomie ya había ido a reclamar en tres o cuatro ocasiones, por lo que esta vez fui yo. Para no hacérselos largo, el hombre me dijo que fuera mi roomie porque le había dejado un mal review. Me dio tanto coraje y lo único que le respondí: “Yo te voy a dejar otro”.
Me daban ganas de soltarle un golpe y no es que sea partidario de la violencia, pero no soporto la gandallez. Dejando de lado el dinero ($500 MXN), todas sus acciones como hacernos ir tantas veces, vernos la cara, su manera de responder, una falta de respeto. Total, ya estaba pensando no solo en dejarle un mal review, sino también publicarlo en todos los grupos posibles, no por chingarlo, sino para alertar a la gente. Vi sus contestaciones en Google y, wow, qué manera de responder, no somos los únicos peleados con él.
No hice nada por la ceremonia. Quería llegar lo más zen posible. En el viaje surgió el tema, y ahí mi coraje desapareció. En vez de enojo, solo pude sentir compasión hacia él. También lo vi como un niño herido, como alguien que solo hace su luchita por salir adelante y que no sabe gestionar sus emociones. Dejé de tomarme sus acciones como algo personal, le envié bendiciones y ojalá pueda trabajar su interior, por su bien y el de su negocio.
Me pareció un ejercicio interesante: ver a las personas con compasión y perdonarlos. Muchas veces hay tantas energías negativas guardadas en su corazón que ni se dan cuenta del daño que hacen. Pero ojo, eso no significaba dejarse engañar o estafar.
Sanando el Linaje
Como en muchas familias, en la mía hay divisiones, gente que no se habla, muchas creencias limitantes, etc. Claro que hay cosas que quisiera arreglar y trabajar; sin embargo, aunque pongo mi granito de arena, sé que no me corresponde y viene de generaciones atrás.
Pensando en ello, me reveló que el hijo de mi hermana sería quien sanaría nuestro linaje, trayendo unión a la familia. Ella está embarazada en este momento.
Comencé a sobar mi panza como si se tratara de la de ella, diciéndole al bebé lo mucho que sería amado. No solo sus papás lo intentaron por mucho tiempo, sino que todos depositamos nuestra fe en que este milagro se concediera. Lo esperamos con ansias.
Mi Único Miedo
Mientras sonaba “Échale el miedo al fuego” de Darwin Grajales, me sentía omnipotente, empoderado, diciéndome: “No tengo miedo”. Creí que si hacías las paces con la muerte, ya no había nada más a qué temer.
Antes de que terminara la canción, pensé en una persona muy importante para mí, que quiero mucho. Pensé en su carácter, en lo mucho que me preocupa que cada vez se aísla más y se queda más solo, a veces por elección, a veces porque no lo aguantan. En cómo, a pesar del pasar de los años, no cambia para bien… Le dije: “Mi único miedo es no saber cómo ayudarte”.
No importa cuánto quieras a alguien, ninguna persona puede cambiar a otra. Lo único que queda es aprender y no repetir patrones.
Conclusiones
Por supuesto, hay más y seguirá surgiendo más. El viaje continúa después de la ceremonia. Tanto los Niños Santos como otras medicinas son solo una ayuda extra, pero los mensajes del universo siempre están ahí.
Muchas personas llegan a leer estas experiencias, por morbo, curiosidad o para resolver dudas. Cualquiera que haya sido el motivo, fue por algo; nada es casualidad. Tal vez este sea el llamado de los Niños Santos hacia ti.
Antes de terminar, solo quiero decirte, incluso pedirte, que hagas lo que tengas que hacer para estar bien. Si necesitas ir al psicólogo, ve. No importa si tu familia dice que es para locos. Si necesitas asistir a una ceremonia sagrada, ve. No importa si la sociedad piensa que es de “drogadictos”. Créeme que lo que se vive aquí tiene una intención muy poderosa y te ayuda a sanar.
Te dejo el Facebook y WhatsApp de Familia Yagé con quienes viví esta experiencia en Quintana Roo.
Recuerda, los Niños Santos llegarán a ti en el momento indicado. Todo es perfecto.